El reloj de la pared ya no tenía un propísito, ella no iba a venir. El reloj cayó al suelo, y el tiempo dejo de importarme. - ¿A donde fue?. Preguntaron las suaves sabanas. - Yo que sé. Contestaron los petalos rojos reposados sobre el suelo. Mientras yo me adormecía en la esquína de la habitación, ya me había cansado de abrir y cerrar cajones sin sentido. Como escaleras las teclas de mi piano me insitaban a subir con ellas, pero estaba bastante comodo tirado en el suelo. Al rato las sabanas se acercaron para abrazarme, y los petalos me decían que ella me creía, - ¡Mentíra! gritó el lado vacio de mi cama. Le pregunte si lo decia de verdad, y afirmó mostrandome su lado mas tendido. - ¿De que hablan? Pregunto el calido aire que se asomaba curioso por la ventana. - De Abril y otras estupideces, respondí.
Fernando Peláez.
11/04/11 - 19:03 p.m.
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